Septiembre del 42. Dos niños de unos diez años. Dora y “Jacques” (es su nuevo nombre, no debe olvidarlo) llegan a una gran propiedad en Corbières. Dora ha llegado con Vlad, su tío, “que ya no puede tocar el piano”. Su madre se ha quedado en Toulouse. Los padres de “Jacques-ahora” están no se sabe dónde, lejos. La casa es muy grande. Hay gallinas, patos, viñedos, los “gemelos”, que se parecen tanto que quizás ni ellos mismos saben quién es Joan y quién es Jean. Está Teresa, la madre de los gemelos, que habla catalán, acompañada de Jim, que habla inglés; y Camillou, su abuelo, un viejo anarquista antifranquista al que Dora quiere desde el primer momento. Sainte-Lucie les pertenece y ésta los recibe, “mientras esperan”. Mientras esperan que los vengan a buscar para llevarlos a la montaña, hacia España.
Ignorando el peligro que les acecha —la guerra—, los niños juegan, exploran. Descubren el Parque Salvaje. En el fondo del parque, el Viejo Estanque abandonado, sin agua, con sus higueras, sus lagartos. Y ahí…
Parque Salvaje es una emotiva narración, tal vez autobiográfica, sobre lo que siempre reserva la infancia: la capacidad de soñar, de imaginar…
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